Entonces, un destello más intenso de la inconstante llama me mostró lo que había estado buscando, la abertura a esos abismos profundos de donde había surgido el viento repentino y me sentí desanimado al ver que era una puerta pequeña y claramente artificial, cincelada en la roca sólida. Introduje la antorcha y contemplé un túnel negro con un techo abovedado y bajo sobre un tramo descendente de numerosos escalones irregulares, muy pequeños y empinados. Siempre veré en mis sueños esos escalones, porque llegué a saber lo que implicaban. En ese momento, a duras penas sabía si considerarlos escalones o puntos de apoyo en una pendiente abrupta. En mi mente, se arremolinaban pensamientos locos, y las palabras y advertencias de los profetas árabes parecían venir flotando a través del desierto desde tierras conocidas por los hombres hasta la ciudad sin nombre que los hombres no se atreven a conocer. Sin embargo, dudé apenas un momento en traspasar el portal y empecé a bajar con cuidado por el empinado pasaje, apoyando primero los pies, como si bajara por una escalera de mano.”